domingo, 3 de enero de 2016

Duendecillos saltarines

Hubo una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, dos pequeños duendecillos soñaban con saltar muy muy alto para atrapar las nubes del cielo.

Un día, la Hada Arcoíris los descubrió saltando una y otra vez, tratando de atrapar unas ligeras nubes que pasaban a gran velocidad. La gusto tanto el juego y se rio tanto con los dos duendecillos, que decidió regalar un don mágico a cada uno.

- ¿Qué es lo que más desearías en la vida? Sólo una cosa, no puedo darte más -preguntó al que parecía más inquieto.

El duendecillo, emocionado por hablar con una Hada tan colorida, y ansioso por recibir su deseo, respondió al momento.

- ¡Saltar! ¡Quiero saltar por encima de las montañas! ¡Por encima de las nubes y el viento, y más allá del sol!

- ¿Seguro? - dijo el Hada - ¿No quieres ninguna otra cosa?

El duendecillo, impaciente, contó los años que había pasado soñando con aquel don, y aseguró que nada podría hacerle más feliz. El Hada, convencida, sopló sobre el duende y, al instante, éste saltó tan alto que en unos momentos atravesó las nubes, luego siguió hacia el sol, y finalmente dejaron de verlo camino de las estrellas.

El Hada, entonces, se dirigió al otro duendecillo.

- ¿Y tú?, ¿qué es lo que más quieres?

El segundo duende, de aspecto algo más tranquilo que el primero, se quedó pensativo. Se rascó la barbilla, se estiró las orejas, miró al cielo, miró al suelo, volvió a mirar al cielo, se tapó los ojos, se acercó una mano a la oreja, volvió a mirar al suelo, puso un gesto triste, y finalmente respondió:

- Quiero poder atrapar cualquier cosa, sobre todo sujetar a mi amigo cuando caiga, que si no se va a dar un golpe muy fuerte.

En ese momento, comenzaron a oír un ruido, como un gritito en la lejanía, que se fue acercando y acercando, sonando cada vez más alto, hasta que pudieron distinguir claramente la cara horrorizada del primer duendecillo por el golpe tan fuerte que se iba a dar. Pero el Hada sopló sobre el segundo duendecillo, y éste pudo atraparlo y salvarle la vida.

Con el corazón casi fuera del pecho y los ojos llenos de lágrimas, el primer duendecillo lamentó haber sido tan impulsivo, y abrazó a su buen amigo, quien por haber pensado un poco antes de pedir su propio deseo, se vio obligado a malgastarlo con él. Y agradecido por su generosidad, el duendecillo saltarín se ofreció a intercambiar los dones, guardando para sí el inútil don de atrapar duendes, y cediendo a su compañero la habilidad de saltar sobre las nubes. Pero el segundo duendecillo, que sabía cuánto deseaba su amigo aquel don, decidió que lo compartirían por turnos. Así, sucesivamente, uno saltaría y el otro tendría que atraparlo, y ambos serían igual de felices.


El Hada, conmovida por el compañerismo y la amistad de los dos duendecillos, regaló a un duendecillo el sol y al otro la luna. Desde entonces, el duendecillo que recibió el sol salta feliz cada mañana, luciendo ante el mundo su regalo. Y cuando tras todo un día cae a tierra, su amigo evita el golpe, y se prepara para dar su salto, en el que mostrará orgulloso la luz de la luna durante toda la noche.





Realizado por: Laura Alba Sánchez

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